Y los oídos también

5 de Marzo del 2013

Mis recuerdos musicales más vívidos sucedieron a finales de los años ochenta: en 1987 –o 1988, no estoy tan seguro ya– estaba dedicado a grabar mixtapes, compilados en casete con selección de canciones rotando en la radio. Me sentaba en la sala de casa y, con el cartucho virgen, limpísimo, recién comprado en el bazar de la esquina, afilaba mis sentidos para aplastar el botón REC al segundo de arranque…y STOP a la primera sílaba del locutor que cortaba los minutos finales, dañando para siempre la secuencia. Beach Boys, Pet Shop Boys, Boys Boys Boys…un montaje sacrílego donde todo era permitido: al fin y al cabo, eran los años ochenta.

A inicios de 1990 –aún en el colegio– un amigo se acercó y, por debajo de la mesa, me pasó un casete negro, viejo, gastado, sin ningún tipo de seña o etiqueta: Escúchalo, dijo. Era una grabación directa, desde el micrófono de la tele, de la primera presentación de la banda de metal/funk/rap Faith No More. Para un niño que rockeaba con Phil Collins y Miami Sound Machine –¡gracias papá!– esto era una sinfonía del infierno. Incomprensible pero fascinante. A partir de ese día no volvería a escuchar música de la misma manera.

Con los casetes teníamos un romance no solo con los sonidos que cargaban dentro, sino con su aspecto físico: la caja traslúcida muchas veces de colores, anticipándose por varios años a la revolución iMac; los logotipos de Scotch, Basf, Phillips, Maxell y más, hace tiempo desaparecidos en rotación; El cancionero que se desdoblaba página por página, manteniendo la emoción hasta la última letra; los extraños códigos impresos –C60 High Bias XLII– que a la larga servían todos para el mismo propósito: envolver el mundo entero con metros y metros de reluciente cinta café.

Hoy que guardo cientos de discos en mapas de bits, que las portadas son un mísero archivo Jpeg en baja resolución, la nostalgia se apoderó de mi Instagram: el proyecto #loscassettestambienlloran nace para, directamente, documentar toda mi colección de casetes. Así desahogo mi sentimiento de culpa cada vez que paso frente a los viejos cajones donde duermen el sueño eterno cientos de cartuchos plásticos. Aunque pensándolo bien, es una manera de darle nueva vida a un formato perdido. Invito a todos quienes aman los casetes tanto como yo: revisen el hashtag y suban sus propias imágenes. A veces, tu día –o tu vida– puede cambiar con solo aplastar un botón.

Mis recuerdos musicales más vívidos sucedieron a finales de los años ochenta: en 1987 –o 1988.

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