Extrañando a Urdesa
Urdesa solía ser mi barrio. Mis padres fueron unos de los colonos originales de Samborondón, pero los primeros años de mi vida se combinaban con las –antiguamente– tranquilas calles de Guayaquil.
La etapa que más rodé entre sus calles fueron mis años de estudio en el colegio Urdesa School. ¡Imposible imaginar un nombre más claro, definitorio y con autoridad! Era EL colegio de la zona. Punto.
Algo así como el intermedio entre mis primeros años de escuela católica y los últimos en colegio aniñado, lo que me gustaba del Urdesa era su ubicación… Además de la facilidad para cruzar las fronteras de metal y escabullirme por entre las diversas peatonales aledañas.
Acompañado de un pequeño grupo de antisociales, conocí los mejores rincones de ese pequeño mundo:
Las tiendas de casetes –y luego CD– que se multiplicaban a lo largo de la Avenida Víctor Emilio Estrada.
El cine Maya, refugio de miércoles por la tarde para perderme en cualquiera de las dos películas en cartelera. Mi última función terminó con nota alta: Natural Born Killers de Oliver Stone.
Los desolados parqueos del Centro Comercial Urdesa, golpeados por recurrentes sesiones de skateboarding a partir de las tres de la mañana.
Pero lo mejor eran mis caminatas –sin familia, sin amigos– hasta la casa de mi abuela en Costanera del Salado, a la salida: los innombrables colegios de la zona; el mítico bar El Pernil con su logotipo de chancho onda Looney Tunes; La infinita calle Las Monjas; el enorme letrero de Saeta sobre el cerro.
Ese recuerdo de entregarnos a las calles sin saber qué sucedía al doblar la esquina difiere radicalmente con nuestra actual forma de desplazarnos por las avenidas de Samborondón. Autopistas que se le achican a monstruos cada vez más grandes y veloces. Veredas desconsideradas con el peatón. El traslado del comercio de la calle al mall. Urbanizaciones temerosas del mundo exterior.
Para quienes alcanzamos a vivir la ciudad, soportando el sol de mediodía con la emoción de descubrir lo que había una cuadra más allá, nunca habrá forma de aceptar completamente nuestra vida actual: un sistema que reemplazó alegría con paranoia, libertad con encierro, descubrimiento con aburrimiento. Mi sentido pésame a todos los estudiantes del sector. Suerte que soy de vieja escuela.
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