También al pasado

7 de Junio del 2013

Tengo afición por mirar hacia atrás. No a girar la cabeza 180 grados, sino a pensar en reversa: deshilachar recuerdos con la certeza de que servirán para coser los retazos de mi futuro.

Uno de los más recurrentes debe ser mi fracasada tentativa de convertirme en médico. Gran decepción para mis padres, el inicio de grandes aspiraciones para mí. Descendí al mundo de publicidad y luego fui salvado por el diseño, hasta especializarme en la creación de marcas. Varios años después, estoy consultando a empresas y emprendedores. Un doctor sin bata y con honorarios ligeramente más bajos.

He leído miles de entrevistas a diseñadores, artistas, músicos. Siempre llegan al punto de los recuerdos: ¿Cuándo fue la primera vez que sentiste que ibas a terminar haciendo lo que haces? Mozart la tenía tan clara que a los 5 años componía piezas adoradas al día de hoy. Andy Warhol, permanentemente enfermo, pasaba el tiempo recortando fotos de estrellas de cine, lo que dio forma a su pensamiento sobre el pop art. El polémico David Carson era un sociólogo y surfista que terminó diseñando –y volviéndose estrella– ya de grandecito. Pura casualidad.

Preguntarme por qué hago lo que hago, desenpolvó algunas memorias escondidas entre los cajones de mi mente:

- Con mis hermanos dibujábamos logos de bandas de rock, pegándolos como stickers que no salían nunca más de la pared.

- También recortábamos anuncios de películas del periódico para hacer cómics inspirados en el título. Me arrepiento automáticamente al decir que el que más recuerdo es el de la película de Hombres G.

- Cada vez que mi abuela regresaba de un viaje, no me traía M&M’s o ropa interior: recibía una funda llena de etiquetas de ropa. En esa época, muchas eran stickers. Y para mí era mejor que una maleta de dulces.

- Finalmente, recuerdo un brevísimo y oscuro momento de la historia de la moda local en que salieron a la venta camisas con etiquetas de ropa cosidas sobre la misma camisa. Debo haber sido uno de los pocos niños luciendo semejante abominación. Mi editor dice que ese fue un momento icónico. Para el resto del mundo, debe haber sido un momento cómico.

A riesgo de sonar como programador neurolingüístico, considero que los recuerdos son un arma poderosa para definir quiénes somos, cómo lucimos, en qué trabajamos, si somos exitosos, si somos felices.

Toda larga historia tiene episodios vergonzosos. Y mi affair con las marcas no está exento de ellos. Me despido y regreso a mi diván de papeles y tinta, a la espera de que ustedes también se animen a retroceder –y avanzar– hacia el pasado.

Tengo afición por mirar hacia atrás. No a girar la cabeza 180 grados, sino a pensar en reversa.

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