Las comidas de película

5 de Abril del 2013

El más insignificante ruido procesado por un maestro del suspenso puede ponernos en estado de tensión insoportable. Asimismo, una sensación olfativa puede desquiciar nuestra sensibilidad. Lo que se llamó olorvisión llega desde lejos. Fue creado en 1916 por Han Laube antes de que existiera el cine sonoro. Cuando se proyectó la película Rose Bowl pusieron algodón empapado en aceite de rosas frente a un ventilador. En 1960, mientras proyectaron la película de Mike Todd Scent of Mistery, la banda sonora hizo que se dispararan treinta olores diferentes en la sala. Podemos imaginar lo que hubiera sido la evocación de una cocina o de un banquete, pero desdichadamente la idea de Olorvisión o Scentvision no prosperó, ignoro por qué razón.

Muchas películas entregaron escenas de comida, desde lo sofisticado hasta lo trivial, pasando por el drama. La primera cinta que recuerdo es La quimera del oro, en la que Charles Chaplin cocina una bota, se la come en una escena de mimo extraordinaria, llegando a enrollar los lazos del calzado como si fueran espaguetis. Quizás la evocación del banquete de Trimalción en la película Satiricón sea la descabellada extravagancia llevada hasta lo absurdo al estilo desenfadado de Fellini. En la película Sospecha, de Alfred Hitchcock, un vaso de leche envenenada en manos de Cary Grant tratado con la adecuada luz se convierte en objeto de suspenso. Todos recordamos del filme Quién mató a Baby Jane la famosa escena en la que Bette Davis sirve a Joan Crawford en bandeja de plata debidamente cubierta una rata cocida en el horno. Almodóvar entrega una receta de gazpacho en la que los ingredientes son los correctos, menos los somníferos añadidos. Así como había disfrutado la lectura de Agua para chocolate hasta imaginar sabores y olores tan solo con leer la obra, recuerdo la escena en que la protagonista prepara codornices en pétalos de rosas, plato que se vuelve afrodisiaco para todos los comensales.

Es posible que Ratatouille haya sido la obra maestra en lo que a comida se refiere, sobre todo cuando el crítico gastronómico Antón Ego prueba el plato que le produce éxtasis, pero a lo largo de la cinta se puede respirar un ambiente de suspenso. También el filme L’aile ou la cuisse, con Luis de Funes, inspector de la Guía Michelín. La grande bouffe (la comilona), en la que la idea es empacharse de manjares hasta morir, nos lleva más allá de sus escenas escatológicas hasta la explosión de una cloaca. Esta película me hizo comprender la pintura de Bacon (nombre de tocino predestinado), pues entiendo por qué el artista dijo: “Somos potenciales carcasas. Cuando visito la carnicería, siempre me sorprende no estar allí desollado en vez de la res”. La película lleva hasta el paroxismo la locura del más sensual placer. En La fiesta inolvidable las torpezas cometidas por Peter Sellers en la mesa se tornan inenarrables. Quizás la mejor exaltación de la gastronomía se encuentra en El festín de Babette, donde se baila sobre música de Brahms y se bebe Viuda Cliquot de 1860, mientras la protagonista arma una cena con los mejores platos de la cocina francesa. No se puede ignorar la película Dieciocho comidas, en la que muchos personajes se van cruzando alrededor de los alimentos, emociones servidas en varias mesas, viaje emotivo entre risas y llanto, vidas reducidas al breve espacio de un día. Y bueno... nada tan refrescante como ver a un protagonista de Amélie comiendo pollo con las manos. Desde luego, ustedes pensarán en Chocolat con Juliette Binoche y sería quizás mejor no mencionar los sesos de mono en Indiana Jones, pulpos vivos, cocteles de sudor y hasta excremento de perro en otras cintas.

El más insignificante ruido procesado por un maestro del suspenso puede ponernos en estado de tensión insoportable.