La gran pelea: Beaujolais nouveau

7 de Junio del 2013

La publicidad bien orquestada hizo que su fama pulverice las fronteras. Aquel vino afrutado tiene fanáticos, también detractores. ¿Será, como algunos lo creen, uno de los mejores vinos de Francia? Contestar esta pregunta es como indagar si Johann Strauss es el mejor compositor del mundo. Tanto el músico del Danubio Azul como el vino Beaujolais lograron captar la preferencia de un público que aprecia lo ligero. La palabra light está de moda para todo. El máximo productor sigue siendo Duboeuf, pues sus vinos se brindan en los aviones de Air France, se arman fiestas dondequiera, pero entre un Vosne Romanée del 90 y un Beaujolais del 2012 existe la diferencia que encontraríamos entre un vals de Johann Strauss, uno de Chopin o aquel muy noble de Ravel, entre una ópera seria y una opereta. Duboeuf ha sido condenado a una multa de 30.000 euros por haber mezclado su Beaujolais con vinos de otra procedencia. Más que un gran vino es resultado de una genial maniobra comercial. En 1968 el fenómeno invadió Francia y parte del planeta. En 1985 se escogió el tercer jueves del mes de noviembre para celebrar la llegada del vino nuevo.

Hablemos claro; no se le pide ser excepcional. Se puede comparar el alboroto que provoca con otras tradiciones francesas como lo son las crepes de la Chandeleur (2 de febrero: Purificación de la Virgen María), la galleta de los reyes, los huevos de chocolate pascuales; la colada morada o la fanesca en Ecuador. Más que un vino genial es un pretexto. Sin embargo vendrá después el verdadero Beaujolais, el que adquirirá cierta nobleza por su alcurnia, por su sabio aunque limitado envejecimiento. En Ecuador se puede conservar en condiciones adecuadas los Julienas, Morgón, Moulin a vent, Chirouble, Brouilly, Fleurie, Saint Amour. El Beaujolais nuevo suele despedir aromas de pera, banano, frutas rojas, no busquen allí nobles taninos, promesas de larga vida, bébanlo con optimismo: es un vino alegre, jocoso, tal vez algo anémico, a veces astringente pero con matices románticos. Los japoneses eran sus entusiastas compradores a tal punto que un negociante famoso llegó a declarar sarcásticamente: “Los asiáticos, tan entendidos en vinos como lo son los franceses en materia de sushi, ya no compran como antes nuestro vino nuevo”. Cuidado con tal prejuicio pues probé hace un año un vino de Tamba elaborado cerca de Kyoto y me quedé muy agradablemente sorprendido.

Marquemos las diferencias con amabilidad pero también con firmeza. Los italianos tienen su majestuoso Barolo, su fantástico Barbaresco, pero también sus botellas ligeras de Bardolino, Freisa, Dolcetto, su Lambrusco frizzante, sin pretensiones. Hasta los argentinos elaboran un vino fresco, ligero, sin usar las uvas de Gamay que caracterizan al Beaujolais francés, del que sin embargo tomaron el nombre.

El Beaujolais francés es un vino chaptalizado, es decir, con agregado de azúcar en la fermentación. Siendo fresco en boca, suave, afrutado, logró tal fama que se consumen cada año más de cincuenta millones de botellas. Siendo duramente atacada por la prensa, la Asociación de Viticultores ganó el juicio que condenó a la revista Lyon Mag a la friolera de 250.000 euros por haberse atrevido a criticar el Beaujolais nouveau. Desde luego sigue la trifulca pues se considera que es un inadmisible atentado a la libertad de expresión.

A pesar del estricto control que ejerce Francia sobre las diversas apelaciones, siempre existe el riesgo de ventas fraudulentas. Muchos siguen pensando que se venden más botellas de Beaujolais de lo que se produce (hemos comentado el caso del negociante Duboeuf). Japón, a pesar de su opinión más reservada, sigue siendo uno de los máximos compradores.

La publicidad bien orquestada hizo que su fama pulverice las fronteras. Aquel vino afrutado tiene fanáticos, también detractores.